Es raro que un lugar sea capaz de cautivar a una persona de forma tan inmediata, con tanta fuerza. Era 1994. Después de meses de investigación, Alexandra Marnier Lapostolle y su esposo, Cyril de Bournet, descubrieron el Valle de Apalta. Una fina luz dorada envolvía el viñedo mientras viñas centenarias se entrelazaban majestuosamente. La armonia se había instalado aquí. Alexandra Marnier Lapostolle entendió que Clos Apalta podía lograr condensar este paisaje impresionante.
Jacques Begarie, Director Técnico de Clos Apalta desde 2004, también describe las sutiles bellezas del lugar, Clos Apalta se amanece y luego irradia. Una alquimia de luces, de olores, aromas de tomillo silvestre y romero, de vegetación e hileras de olivos. A lo lejos, se alza la Cordillera de los Andes, impresionante con sus cimas nevadas aternamente. En otoño es un escenario igualmente cautivador, el viñedo ofrece una paleta infinita de colores; desde los merlots amarillos hasta el carmín de las uvas Carmenère. Vuelve el azul del cielo y el polvo se desvanece, arrastrado por las lluvias. Sobre la cima de la montaña, el sol se acerca. En el cielo, muy por encima de nosotros, los cóndores se precipitan y se zambullen mientras algunos zorros montan guardia. Más tarde, la Vía Láctea, en índigo y llena de estrellas, desborda el cielo sobre la bodega.